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Compartiendo cuentos

  • LBMDreams
  • 17 feb 2023
  • 4 Min. de lectura

Hoy quiero compartirles un cuento, para mi los cuentos siempre han sido una inspiración y una manera de aprender, no se si por mi espíritu ingenuo, que me gusta imaginarme cómo es la apariencia de cada personaje, cómo es la localidad, cómo pudiera estar yo en este cuento, qué piensa cada personaje. Esto me divierte y me apasiona, así como me apasionan mis sueños.


Conseguí un libro en mi biblioteca, que se llama Antología del cuento venezolano, de Guillermo Meneses, (Caracas, 15 de diciembre de 1911 - Porlamar, 29 de diciembre de 1978) fue un escritor, político y diplomático venezolano, recordado por ser autor, entre otras obras, de los relatos La Balandra Isabel llegó esta tarde y La mano junto al muro) .


Esta publicación es de Monte Ávila Editores, 1ra. Edición 1985. Con ilustración de portada de Maleconero I (fragmento) Oleo sobre tela de Ender Cepeda. Col. Galería de Arte Nacional.


Después de muchos años de haber leído algunos cuentos del libro, el primer cuento es de Pedro Emilio Coll (Caracas, 12 de julio de 1872 - Ib., 20 de marzo de 1947), quien fue un periodista escritor, ensayista, político y diplomático venezolano. Se le reconoce como uno de los principales promotores del modernismo literario de Venezuela.


La lectura es ligera, con un un mensaje claro a través de su narrativa. La sociedad generalmente crea idealizaciones de personas, momentos, movimientos etc. Para infortunio de todos, muchas personas siempre van a seguir esas idealizaciones, sin ver más allá, sin profundizar, para finalmente caer en una gran trampa de adorar a personas que realmente no son lo que parecen ser. Creo que de eso tenemos mucha experiencia.


Por acá les dejo este cuento corto, espero lo disfruten y siempre lleven esta gran moraleja con ustedes.


EL DIENTE ROTO


"A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.


Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo.

Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.


Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.

-El niño no está bien, Pablo -decía la madre al marido-, hay que llamar al médico.


Llegó el doctor y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.


-Señora -terminó por decir el sabio después de un largo examen- la santidad de mi profesión me impone el deber de declarar a usted…

-¿Qué, señor doctor de mi alma? -interrumpió la angustiada madre.


-Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible -continuó con voz misteriosa- es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.


En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar.

Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del «niño prodigio», y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison… etcétera.

Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin pensar.


Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y «profundo», y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior, entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto, sin pensar.


Pasaron los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.


Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar". Fin.


Espero hayan disfrutado de la lectura. Y recuerden nada es lo que parece...


Información tomada del libro ANTOLOGÍA EL CUENTO VENEZOLANO. Guillermo Meneses. Monte Ávila Editores. / Wikipedia



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